viernes, 4 de febrero de 2011

"El compositor"

     Desgraciadamente seguía siendo necesario dormir. Por supuesto que la vida era diferente desde la operación: más emocionante, siempre nueva y sobre todo mas creativa. Quizás debía decir... las vidas eran diferentes...

     El anuncio no había sorprendido a Julio, simplemente le había confirmado lo que sospechaba desde hacía tres meses. Desde luego que la perspectiva era aterrador, pero Julio tenía la rara cualidad de bloquear cualquier pensamiento depresivo. Así que se encerró en un cuarto y durante una semana trató de decidir lo que haría en los seis meses que le quedaban de vida.
      Lo primero que se le ocurrió fue seguir viviendo de la misma forma que siempre; sin embargo abandonó la idea por encontrarla demasiado aburrida. Después pensó en dedicarse a leer todos los libros que siempre había deseado; la idea era buena, pero el procedimiento lento y tedioso. Consideró la posibilidad de viajar y conocer nuevos países y personas; la perspectiva le atraía pero Julio no contaba con los medios económicos suficientes para llevarla a cabo. Por fin se decidió y empaco sus cosas y se dirigió a Bethesda después de concretar una cita con el Dr. Dav.

                                                                        ***
     El quirófano era impresionante: a Julio le raparon la cabeza y después de acomodarlo bajo un enorme y complicado anillo de acero inoxidable, le implantaron uno a uno, cien pares de delgados electrodos de platino.

                                                                        ***
     Como de costumbre Julio se levantó a las seis de la mañana. A través de las ventanas del estudio, se filtraba una luz de color naranja y plata que alumbraba el piano. Julio decidió que dedicaría la sesión matutina a recorrer desiertos. Recordó que ese tipo de experiencias resultaban de una combinación de olor a arena, calor y luz.
     Julio se sentó en el taburete y pulsó la decimocuarta tecla. Súbitamente la pared se empezó a incendiar, el cristal de la ventana a fundir y las flores sobre el piano a moverse como su un viento fortisimo se hubiese apoderado de sus colores. Julio sudó y sintió  que tenía una fuerza gigantesca en sus brazos y dedos. Volivió a pulsar esa tecla, luego la decimoquinta, hizo una pausa y continuó con una serie de arabescos y cambios de ritmo hasta que, después de una explosión de movimientos en continuo crescendo, bajó los brazos y se quedó mirando fijamente una de las teclas. Trató de recordar paso por paso lo que  le había acontecido durante la composición. Como siempre se enfrentó a la dificultad casi insalvable de reproducir miles de imágenes y pensamientos.
     Lo único que recordó fue que después de sentir la luminosidad de la pared, de la ventana y de las flores, su propio cuerpo se había convertido en una antorcha. Sus dedos se habían movido sobre el teclado impulsados por una corriente fosforescente que bajaba de sus hombros y des su codos; sus muslos habían estallado en luces de fuego artificial y su pecho se había expandido hasta convertirse en un globo multicolor de paredes delgadísimas.
     El calor y las luz interior habían adquirido forma y visión del sol había aparecido reflejándose en la arena de las dunas. Todo se había convertido en espacio infinito y sol quemante. Aún las rocas de la visión reflejaban la luz como si sus artistas hubiesen sudo pulidas como un espejo.
     Las sensaciones habían sido claras y exactas pero no agradables. Tiempo antes, sensaciones semejantes lo hubieran impulsado a desistir, pero después había entendido que el abandonar una experiencia simplemente por considerarla desagradable significaba una completa falta de visión y madurez.
     Julio pulsó la vigesimosegunda tecla y después la vigesimoquinta. Se le ocurrió que sería interesante crear una ociación entre sensaciones propiopceptivas y olfatorias. La posición de su brazo y de sus dedos se convirtió en un olor a durazno mezclado con aroma de vino añejo. Sus piernas olían a madera y su lengua a piña.
     Le dio hambre, se levantó de su asiento y se dirigió a la cocina. Mientras tomaba un vaso de leche. Julio pensó en lo maravillosa que se había convertido su vida. Siempre se había sentido poseedor de un yo estable e invariante pero ahora se daba cuenta de que eso sólo había sido una ilusión. Tenía dentro de sí muchos Julios, más de los que alguna vez se imaginó. Cada uno de ellos sentía diferente, tenía experiencias infinitamente variadas aunque, debía admitirlo, nunca desaparecía el centro integrador que se mantenía como referencia.
     Se le ocurrió una idea. Había sido capaz de sentir miles de experiencias de vivir cientos de vidas, pero nunca había intentado hacer desparecer aquello que se conservaba como referencia.

     "Se sentó al piano. No tenía la menor idea de como lograr lo que se proponía, lo único que se le ocurrió  fue la posibilidad de provocar una activación simultánea de todos los puntos de acceso a su cerebro: quizás eso seria suficiente.
     El dolor comenzó a irradiarse a partir de su pierna derecha. Julio  no se asustó porque ya había tenido una experiencia semejante y sabía que la sensación dolorosa iba a desaparecer; así es que la dejó continuar. Súbitamente una cara apareció frente a él, al principio no la reconoció pero después se dio cuenta de que era la suya, y que se movía de un extremo al otro del cuarto. La cara empezó a alejarse y fue sustituida por la visión gigantesca de un ojo. Julio se dio cuenta de que también era suyo. El ojo aumentó de tamaño hasta convertirse en una abertura pupilar del tamaño de la casa, de la ciudad y del planeta todo. Julio se introdujo a la pupila y en ese instante desapareció.
     La noticia apareció al día siguiente en la sección policíaca del más vulgar de los periódicos de la ciudad:
Un hombre de mediana edad fue encontrado muerto ante su piano.