viernes, 10 de agosto de 2012

Las Huellas de la infancia


Dorian Florez -Paternidad-
       El ritual del hombre para convertirse en padre de familia comienza desde la infancia, a través de la observación de su homónimo, dirige su atención y resiente su ausencia, se cubre en los brazos de su madre y la acoge como consejera, de ella depende.

     Su padre tal vez no sea la persona más adecuada, pues siempre que llega del trabajo, llega agotado, sin ganas de hablar, solo comen y se encamina hacia su sillón a leer, ver la tele o escuchar la radio, o bien, a hacer otras actividades de receso laboral, dejando a un lado la interacción entre su familia, la enseñanza informal de la tradición familiar, o talvez esa sea la tradición familiar, el fomento al machismo, palabras duras que escuchan, como diciendo, tu eres fuerte, ¡Puedes resistir! Y entonces concluye que la mejor manera de criar un hijo es a través de la madre, ha aprendido que para apoyarse, pedir consejos tal vez sea ella, pues no ha conocido otra forma y no ha aprendido de su padre mas que la distancia ante situaciones adversas o comprometidas, solo de él ha aprendido que el silencio vale más que mil palabras, que no es necesario hablar para expresarse pues con tan solo ver lo ha entendido.

      Durante la adolescencia, quien se mantiene es su madre, su padre permanece en distancias, probablemente busca acercamiento o talvez no le interese, menos convertirse en consejero de su hijo. Si acaso se acercase seria pues, para fomentar su virilidad, en rituales comunes, talvez no explícitos pero si a través  del lelnguaje común , donde de forma indirecta o directa llevan al camino de la identidad masculina. Los apoyos se siguen reduciendo al aspecto economico, y entre más crecen más toman distancia, pareciera comodidad al respecto y el retorno siempre de la valorización maternal.

     Llega a la edad adulta, es tiempo pues, de formar una familia nuevamente, los nervios por ser padre se presentan, recuerda su pasado, el sufrimiento tal vez de lo que fue tener un padre como el que tuvo, y tienen dos opciones, buscar un nuevo camino o continuar por el único que ha sabido andar, reconstruyendo  de igual manera su pasado, pero si manifestando el ritual de la relación padre-hijo.

     Ve a su retoño respirar, jugar, reír, quiere acercarse, pero no puede, no aprendió a hacerlo, sabe que lo quiere, lo ama, pero nunca ha sabido como demostrarle su afecto, se da cuenta entonces que la mejor opción para criar a su hijo es su madre, y que la única forma en que él puede demostrarle cariño es dándole todo lo que necesita a través del bien material, una casa, ropa, comida, juguetes y educación.

     Entonces, vuelve a recordar su pasado, comienza a pensar, en todo lo que vivió, lo que sufrió, pero, recuerda a su padre, recuerda su silencio, sus pocas palabras, sus acciones, comprende la ausencia de sus discursos y la forma de su amor, se da cuenta así mismo que no es que su padre nunca lo quiso, que la poca convivencia que tuvo con su viejo no es que no haya sido la peor forma o probablemente la mejor, si no que fue la única que al parecer se ha transmitido de generación en generación.

     Sabe del suplicio que significa llevar la bandera de padre, pues se abstiene de muchos placeres, que de forma consciente no puede reconocer, no sabe de su existencia y de sus probabilidades puesto que nunca  hasta el día de hoy, le han dado la gama de posibilidades para manifestarlos.